Paraguai

Ditadura de Stroessner prendeu e torturou menina de 12 anos

Em 1980 houve uma tentativa de luta camponesa armada, na Colônia Acaray-mi, Departamento de Caaguazú, Paraguai, sob a liderança do Victoriano Centurión. O levante foi reprimido com violência extrema, cerca de 5.000 soldados e milicianos do general ditador Alfredo Stroessner saíram à caça dos insurgentes. Houve um choque entre as forças em 11 de março, matando 10 dos 20 guerrilheiros.

Cansados de serem atropelados e humilhados pelos sequazes   da ditadura,  cansados dos abusos da policia, cansados de verem suas terras serem tomadas e distribuídas para os líderes do stroeenismo, um grupo de camponses tomaram um ônibus coletivo com objetivo de ir à Assunção para reclamar por justiça.

No caminho, os camponeses foram interceptados pela repressão, composta por 5 mil soldados do exército. Diante dessa situação os camponeses fugiram pela floresta.

A maioria dos insurgentes foi presa e muitos assassinados. Alguns feridos foram removidos para as prisões de Assunção. Outros presos foram esquartejados  e exibidos como troféus pelos assassinos.

Entre os presos, Apolônia Flores Rotela, uma menina de 12 anos .

Stroessner não podia aceitar que uma criatura de apenas 12 anos, e ainda por cima menina, pudesse fazer parte do movimento armado de Acaray-mi contra seu governo.

A menina Apolônia foi ferida nas duas pernas e acabou sendo hospitalizada.

Apolônia Flores Rotela, nasceu em 17 de abril de 1967 em um humilde rancho camponês, em Santa Rosa, Misiones.

Sua família estava vinculada à organização camponesa que se formou nos anos 60 com o apoio da Igreja Católica, as Ligas Agrárias Cristãs. A experiência era interessante, pois apostava na recuperação da agricultura tradicional, priorizando os cultivos de autoconsumo.

Documentos Revelados:

Fichas com dados pessoais de Apolonia Flores Rotela

Data: 16.março.1980

Órgão expedidor: Departamento de Investigações

Direção de Política e Afins

Fundo: arquivo do Terror (Assunção)

 

ACONTECEU NO PARAGUAI

              Uma mañana, desde el Palacio, llamó al sanatorio para interiorizarse sobre el estado de salud de la niña. La enfermera que estaba encargada de atender a la niña se asustó, cuando la llamaron para hablar con el presidente por teléfono.

            La enfermera, le explicó al presidente que la niña no corría peligro de perder la vida, pues las balas ya habían sido extraídas y se estaba recuperando lentamente. “Responde bien al tratamiento”, le aseguró.

            Stroessner le manifestó que tenía la intención de conversar con Apolonia, para hacerle un ofrecimiento. Le dijo que esa tarde pasaría por ahi y que se dispusiera todo para la visita.

            Desde ese mismo instante, el ritmo cambió en el Policlínica. Las limpiadoras fueron convocadas y avisadas: todo debía estar meticulosamente limpio; los médicos y enfermeros fueron avisados; todos debían estar pulcros y presentables; Apolonia fue sometida a un examen especial, no de rutina: midieron su temperatura, la limpiaron bien y la peinaron.

            – Hoy vendrá el presidente a verte, y si aprovechás la oportunidad podrás ganarte la confíanza de él. Trátalo con mucha deferencia-, le dijo la enfermera, quien en realidad se había encariñado con la joven paciente, con quien en ocasiones solía hablar largamente.

            – ¿Y qué le voy a decir? -, preguntó la niña, visiblemente sorprendida con el inesperado anuncio.

            – No sé. Sí te ofrece algo que te convenga, aceptá; no vayas a desperdiciar esta oportunidad. Vos ni te imaginas cuánta gente se muere por tener una oportunidad para hablar con él, y en este caso es él el que está pidiendo verte -, respondió la enfermera.

            Durante horas Apolonia trató de imaginar cómo sería su encuentro con Stroessner, de quien sólo había visto alguna vez unas pocas fotografías. Muchas imágenes desfilaron por su mente: las de Acaray-mi, las de su familia, las de las reuniones preparatorias del alzamiento, las de los días tremendamente adversos de cuando estaban escondidos, las del enfrentamiento.

            Eran las 15:30 horas cuando Stroessner ingresó a la sala donde estaba Apolonia.

            – ¿Cómo estás mi hija, cómo te sentís? -, preguntó el entonces todopoderoso mandatario.

            Apolonia nada respondió y giró su cabeza para no seguir mirando al presidente.

            – ¿Tan mal le dispararon a esta niña que perdió hasta el habla? -, preguntó el presidente, a lo que la enfermera respondió que hablaba muy bien y bastante.

            Stroessner no insistió en arrancar una respuesta de la niña, pero le expuso básicamente su punto de vista y su propuesta:

            – Yo estoy seguro, mi hija, de que vos nada tenés que ver con los hechos ocurridos en Caaguazú; no tenés ninguna responsabilidad sobre lo ocurrido ahí. Por eso quiero ofrecerte una oportunidad. Quiero que te quedes aquí, donde se te va a cuidar, y después te pondrás a estudiar para formarte en algo. Más adelante, inclusive, podrás pedir a tus padres que vengan a vivir contigo…

            Apolonia apretó su rostro contra la almohada. Nada dijo, nada respondió.

            Stroessner prometió volver. No presionó a la criatura y en ningún momento la trató mal. Antes de retirarse dispuso que se la tratara bien.

            Ni bien salió de la sala el presidente, Apolonia fue duramente increpada por la enfermera.

            – Por qué no aceptaste lo que te ofreció el presidente. Perdiste una excelente oportunidad…

            Apolonia siguió con su tratamiento, pensando mucho sobre lo que le había propuesto Stroessner, quien había prometido volver.

            Recordaba cosas de Acaray-mí y extrañaba tremendamente a su familia.

            Pasaron casi 15 días hasta que se produjo la segunda visita del presidente a la joven detenida. Esta vez, se produjo un largo diálogo entre la niña y Stroessner.

            – Lo primero que quiero que entiendas, mi hija -le dijo el presidente-, es que para mi vos no tenés ninguna responsabilidad sobre todo lo sucedido. Fuiste utilizada por gente radicalizada, cuyos objetivos creo que vos si siquiera podrás comprender…

            Apolonia no reaccionó, negándose a responder sobre lo planteado. Se limitó a escuchar.

            Stroessner le reiteró la oferta que le había hecho en la primera visita.

            – Estas personas serán las encargadas de cuidarte en todo. Me estuvieron comentando que tus heridas no son nada superficiales, pero que estás respondiendo bien al tratamiento. Aquí ya dispuse que se te dé la mejor atención; ese aspecto, por tanto, no me preocupa-.

            Apolonia pensó que no tenía, sentido quedarse callada. Sabía, de haber escuchado, que Alfredo Stroessner era un dictador que acostumbraba tratar mal hasta a sus más cercanos colaboradores. No entendía por qué se interesaba en ella. De todos modos, hizo un primer comentario:

            – Yo no tengo quejas sobre la gente que aquí me atiende. Se me da todo, sin problemas. La comida es buena y el trato también -.

            Ya había conseguido que hablara, lo que le llenó, y le dio oportunidad para seguir avanzando.

            – Por eso es que quiero que escuches mi propuesta. Las enfermeras de aquí serán como tus madres; te van a dar toda la atención que requieras. Pero después de recuperarte, podrías ponerte a estudiar algo…

            – Yo no sé leer ni escribir -, interrumpió Apolonia.

            – Todo vas a aprender. Lo que quiero que entiendas es que te estoy ofreciendo precisamente una oportunidad para progresar -, añadió Stroessner.

            Apolonia dudo sobre lo que iba a decir. Por un lado, entendió que lo que iría a decir podría hacer enojar al presidente, pero, por otro lado, una fuerza interior incontenible la empujó a expresar lo que en ese momento se cruzó por su cabeza.

            – Es muy lindo lo que usted me está ofreciendo, y no puedo negar que me gusta mucho, pero le quiero preguntar una cosa, ¿por qué no se le dio antes a todos los niños de Acaray-mi la posibilidad de estudiar?, ¿por qué a mí?-.

            A Stroessner lo tomó de sorpresa la respuesta de Apolonia, y le llamó la atención el hecho de que apenas era una niña para tener tanta agudeza. Se puso a meditar por algunos minutos; se instaló un silencio que parecía que nunca iría a terminar. Después insistió:

            – Quiero darte esa oportunidad. Quiero que te cures bien, que después estudies y que tengas más adelante una profesión para trabajar. Ahora me voy; no necesitar responderme. Dentro de unos días voy a volver, por última vez, y para entonces quiero que me dagas sí o no -.

            Salió de la sala sin decir una palabra más; no se despidió de nadie, subió a su coche y ordenó al conductor que lo llevase rápidamente al Palacio. Durante el camino, se fue pensando que la niña lo dejó sin poder responder. “¿Acaso hay gente que está pasando tan mal?, ¿acaso me mienten cuando me aseguran que todo está funcionando bien?”, se interrogó, olvidando después el incidente.

            Apolonia se puso a reflexionar largamente sobre la propuesta que le había hecho el presidente. No era mala, pero recordó que en las reuniones a las que había asistido se hablaba de beneficios para unos pocos y penalidades para las mayorías; de privilegios para las minorías y de carencias para el resto.

            Por su joven cabeza desfilaban pensamientos que terminaban en un mismo lugar: Acaray-mi, donde creció, donde sus amigos y amigas, como ella, no habían podido estudiar, no habían podido progresar. Y ahora le ofrecían a ella una oportunidad.

            Días después, ya tenía una determinación: le diría no al presidente; quedaría con la mayoría.

            La tercera y última visita de Stroessner a Apolonia ya fue más breve, pero el intercambio de palabras también fue más fuerte. En esa ocasión, fue Apolonia la primera en hablar:

            – Estuve pensando largamente en lo que usted me ofreció, y me pareció que no debería aceptarlo, pues si usted hubiese querido realmente ayudarnos, podía haberlo hecho ya mucho antes, o podría ahora hacerlo para todos, y no solo para mi, en Acaray mí no hay escuela, por lo que nadie puede estudiar; tampoco hay médicos, por lo que mucha gente muere por falta de tratamiento…

            Stroessner no estaba dispuesto a escuchar reproches, y mucho menos de una niña, que a su criterio apenas “había sido utilizada”. Su intervención incorporó una amenaza:

            – Vos tenés dos alternativas: o aceptas lo que te propongo, y te atienden adecuadamente aquí, como lo han hecho hasta ahora, o rechazas, y en ese caso te llevarán al Buen Pastor, donde sólo Dios sabrá qué pasará contigo.

            La respuesta fue corta, categórica y con

 

 

 

 

tundente:

            – Que me lleven al Buen Pastor -.

            Stroessner no dijo una sola palabra. Salió de la sala apresuradamente y abandonó el Policlínico.

            Esa misma tarde, Apolonia fue trasladada al Buen Pastor. Sus heridas empeoraron rápidamente, por la falta de tratamiento adecuado, pero apenas unos días después pudo ver a su madre, en cuyos brazos lloró durante un largo rato; de dolor por muchas cosas, pero no por arrepentimiento.

(Roberto Paredes, LOS SUCESOS DE CAAGUAZÚ. publicado em Portal guarani)

 

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